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No apto para ansiosos

En lo que va de la semana me diagnostiqué COVID-19 positivo más de 30 veces. Siempre por mi cuenta, entre 3 y 6 veces por día. Depende del clima.

Volví de Londres el 15 de marzo. Mi mamá me dejó el auto con las llaves en el tanque de nafta en el estacionamiento B de Ezeiza. Ella tiene EPOC y es paciente de riesgo. Mi papá, cardíaco. Desde que subí al auto no estuve en contacto con absolutamente nadie. Manejé 45 minutos hasta el centro y estacioné en Paraguay y Bonpland. Caminé 30 metros hasta la puerta de vidrio de mi edificio, subí por el ascensor y me atrincheré en mi departamento.

“Cierre de escuelas, teatros y cines; cancelación de vuelos procedentes de México; cuarentena para casos sospechosos; un hospital militar de campaña en el aeropuerto de Ezeiza; barbijos agotados; obsesión por el alcohol en gel; guardias hospitalarias abarrotadas; miradas desconfiadas a quien estornuda cerca”. Es un fragmento de una nota del diario Perfil que narra la pandemia de la gripe porcina. En 2009 yo cumplía 15 años y se había suspendido mi fiesta. La perra de una amiga de mi hermano había tenido crías, así que me trajeron un cachorrito para calmar los llantos.

La primer noche no paró de aullar. Yo lo miraba desde la cama, le hablaba, le jugaba, lo ponía en su cucha, lo sacaba… nada funcionaba. Se sentía solo. Y yo también me sentía sola muchas veces. Así que lo subí a la cama y me lo apoyé sobre el pecho. Pesaba solo 4 kilos. Lo abracé muy fuerte. Me gusta creer que se durmió escuchando los latidos de mi corazón. Nacemos y morimos solos pero siempre con esta expectativa sensorial de sentirnos acompañados. El otro nos habita de manera constante y constitutiva, desde siempre.

Indiana vivía en la intersección de Besares y Alvear, en Ituzaingó. Su casa estaba justo en la esquina. Tenía patio, pileta, jardín de invierno y un living enorme donde mirábamos innumerables películas. Me quedaba a dormir seguido. Todas las mañanas la mamá nos hacía tostadas con manteca.

Una noche no llegué al desayuno. Me desperté a las 3 de la mañana para ir al baño. Volví a la cama y me sentí rara. Tenía algo en la garganta. No podía tragar y sentía que se me había ido la voz. Cuanto más ponía la mirada en la oscuridad, más se cerraba. Fui temblando al cuarto de sus papás. Su mamá llamó a la mía y ella me vino a buscar. Entré a casa y la garganta se abrió.

Pienso seguido en las distintas formas de morir, pero la pandemia no me la había imaginado. Es como de otra época, algo que leería en un libro de historia.

Cuando tenía 12 años se puso de moda una página web donde, luego de responder una serie de preguntas, predecía cómo y cuándo ibas a morir. Un sábado a la noche entré desde la computadora de mi casa. Respondí el test mientras la pantalla me alumbraba la cara. Estoy segura que ya era de madrugada y que la casa estaba completamente a oscuras. En lo de mis papás la computadora estaba en un pasillo que conectaba el consultorio de mi mamá con el comedor principal.

“Morirás a los 22 años, un día de lluvia. Saldrás a la calle para quedar con un amigo y al dar la vuelta a al esquina, alguien te pegará un tiro en el corazón. Tu cuerpo caerá al suelo sin vida y cuando te encuentren, ya será tarde”. Recuerdo cada palabra porque me dieron vueltas en la cabeza por años.

A la guardia voy bastante. Me da vergüenza a veces. Infarto, ACV, delirio, cáncer de cuello de útero, vértigo, enfermedades auto inmunes, epilepsia. Me las creí todas. Y de verdad, eh. A las horas se convierten en anécdotas que cuento como un chiste, pero ahora esto cambió. Hacer un llamado por simples síntomas de ansiedad que sí, pueden confundirse con los de una gripe o incluso con los del coronavirus, es un acto de egoísmo. Primero, porque estoy ocupando a un médico que podría atender a un infectado real, o a alguien que realmente tenga una emergencia. Segundo, porque esta situación no es apta para ansiosos, pero menos apta es para las individualidades. Por lo que nosotros, los ansiosos, vamos a tener que hacer un fuerte trabajo para sobrellevar estos meses con el encierro, la angustia y la sensación de pérdida de cordura con la que ya de por sí lidiamos. Vamos a tener que dejar la ansiedad de lado para sobrevivir en un nuevo sistema que ha cambiado el tempo.

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